domingo, 26 de septiembre de 2010

Cena Solidaria

Hace unas noches me invitaron a una cena solidaria. Algo relacionado con una asociación que recauda fondos para ayudar en la educación de los niños de Sri Lanka. Yo nunca he sido altruista, ni solidario, ni siquiera me he preocupado en saber donde demonios está Sri Lanka, pero como en susodicha cena iban a leer el cuento de mi amiga Montse, no me quedó más remedio que ir de acompañante. No es que nos acostemos ni nada de eso. Tengo por norma intentar no acostarme con mis amigas. Casi nunca soy capaz de mantener esa norma, pero de principio me la impongo; luego, el tiempo y el alcohol diluyen mis principios en el alambique del pasado.

Total, que fuimos a esa cena. Y yo, que no soy muy dado a estos actos, como acabo de comentar, no imaginaba que una cena solidaria se celebrase en un hotel de 5 estrellas, con comedor privado, vestimenta de etiqueta, y cubierto de 50€, de los cuales solo 10 iban destinados a los pobrecitos niños de Sri Lanka.

Ejercía de anfitriona una cara bonita con piernas largas que decía ser periodista. Nos recibió al entrar y yo esbocé una falsa sonrisa mientras aludía a nuestro colegueo profesional para intentar cruzar unas vagas frases de cortesía. He de reconocer que la chica ni siquiera me miró cuando le alargué la mano y, mucho menos, escuchó mis palabras. Un polvo caro, sin duda, pero que no estaba reservado para mí. Durante la velada descubrí que la tipa también pertenecía al coro que nos amenizó la noche con versiones en gospel de temas de U2, Phil Collins y el coñazo de Oh! Happy Day. La orquesta estaba dirigida por un viejo que se creía guapo y se creía joven, y al cual la periodista de piernas largas parecía dejarle dirigir sus cuerdas vocales así como otras partes de su boca. Y este no es uno de esos comentarios machistas gratuitos que en ocasiones vomito sin pensar, simplemente es que, a veces, el lenguaje corporal es tan evidente que ni los orangutanes en pleno proceso de cortejo y apareamiento darían tantas evidencias visuales a los visitantes del zoo. Esa noche, la visitante era la mujer del director de orquesta, que por no querer ver no levantaba la vista del mantel de tela rosácea.

Por si el precio del cubierto hubiese resultado escaso (como la comida) se había preparado un bingo, y una subasta con fotos de los niños. ¡Coño! Como en los mercados de esclavos romanos... solo que adaptando al arte a costa de la pobreza y a las nuevas tecnologías. Antes de eso, nos tragamos un discurso de 30 minutos de la vocalista-periodista-anfitriona en el cual no hablaba más que de ella y de su reciente libro sobre Sri Lanka. Un país que nunca había visitado pero que conocía muy bien gracias a la Wikipedia y a los libros que había retirado de la biblioteca y devorado en los sofás de diferentes Starbuck's de Barcelona. Entre toda aquella gente de corazón generoso y relojes Breil, encontré una pequeña mosca que parecía haberse enredado en la telaraña de la solidaridad. De ella había sido la idea de la asociación, suyos los viajes a Sri Lanka y las campañas por recaudar dinero para los niños. Pero el resto eran los mecenas: políticos, banqueros, acaudalados empresarios y niños bien que buscaban una excusa para sentirse mejor que los demás por ser tan buenas personas. Arañas con corbatas y bolsos de Armani que envenenaban a la mosca con palabras de aliento y proyectos de futuro.

Y a mí que me entró la risa en el primer plato, se me prolongó en el tercero y se alargó hasta el postre. Allí se me cortó. Casi me atraganto con el chupito de manzana sin alcohol (manda cojones llamar chupito a algo sin alcohol), cuando vi que uno de los chicos políticamente correctos del coro flirteaba con mi amiga en la distancia. Y yo, que por norma no practico sexo con mis amigas, acepté encantado que ella se fuese esa noche con él mientras yo pillaba un taxi para volver a mi casa, la cual se encontraba a 110 kms del hotel de 5 estrellas. Así que, mientras regresaba, tuve tiempo para pensar en lo mala persona que soy, lo poco que me preocupo por los demás y en que quizá no existan tales normas en lo que al sexo se refiere dentro de mi vida. Supongo que algún día aceptaré que no resulto atractivo a mis amigas... y entenderé que eso es una suerte para mí, pues gracias a ello continúan a mi lado. Dita solidaridad.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Festivales de verano

Como soy un periodista menor, según yo, y mediocre según mis superiores, pues ahora me han concedido el incomparable privilegio de cubrir eventos musicales. Algo fantástico, tanto que no pude reprimir un ¡yupi! cuando me informaron. Luego me fui a celebrarlo con una pepsi-cola y un huevo kinder.

Con nueva responsabilidad y cargo, reservé hotel lo más cerca que pude del evento: a unos escasos 45 kilómetros del festival, cosa que aplaudirían para sí las diferentes patrullas de alcoholemia. Luego me enteré de que me acompañaría una fotógrafa veinteañera, nueva en la redacción, y hube de ampliar a dos la reserva. La chica era lista, mona y simpática, pero no tenía carné de conducir, así que pronto deduje quien tendría que chuparse los setecientos kilómetros de carretera y volante.

Al llegar al hotel grata sorpresa, solo había una cama. No negaré que fantaseé con la idea de que regresaríamos ebrios cada noche de festival y que comenzaríamos a reírnos, a charlar, a tocarnos a amarnos en la nocturnidad del alcohol... así que no dudé en ser el primero en admitir que no me importaba compartir lecho. Ella no habló. Mal comienzo.

En el festival, mucha diversión ajena. Era un festival indie-pop, que viene a ser algo así como un conjunto de conciertos para pijos u otros alternativos que creen entender de música y solo entienden de ser más estrambóticos que el resto. Y veo que todos dicen que “lo más” es lo que musicalmente suena peor o que tiene más simpleza o que, directamente, no vale una puta mierda. Y que conste que yo no soy crítico musical pero tampoco soy un puto gilipollas que no sabe distinguir un vómito de una lasaña. A pesar de ello, y como sé lo que quiere el diario y el público, pues yo a admitir que sí, que el tipo con pinta de tipa que toca el teclado como cuando yo tenía seis años y mi PT-1, y que canta como Jose Mª Aznar en una mañana de resaca, es un puto genio. Recalco lo de puto, por concederme esa licencia.

Y así pasa la noche, que a medida que transcurre me doy cuenta de que la mayoría han venido a beber, sobretodo el público masculino. Y que sus conocimientos musicales quedan reflejados en comentarios como: “¡Quitate la ropa!” o “¡Rubia de bote, chocho morenote”, cuando sale la cantante de un grupo de rock'n'roll a escena. Y yo me cago en la mar salá, porque aunque para la prensa la cerveza solo valga un euro, de güisqui solo tienen JB.

A todo esto que va llegando el final del festival y pierdo a mi socia de vista, y cuando la redescubro veo que se está dando el lote con el músico de uno de los grupos. Luego me viene y me pide si la puedo esperar en el coche, que ella se lo va a follar en el de él. Pienso mil cosas relacionados con mi dignidad y mis principios; luego pienso que si ella folla con el músico esa noche mis posibilidades de sexo con ella se van a reducir a menos veinte. Pero como todo esto lo pienso en tres segundos, y como estoy demasiado cansado y borracho para pensar, le digo que adelante.

Mientras espero en mi coche a que ella se corra, pienso en que si esto hubiese sido una película y yo el protagonista, la hubiese agarrado por la cintura y le habría besado de la manera más intensa para luego decirle: “Haz lo que quieras nena, pero no me preguntes”; y ella me habría mirado extasiada, habría pasado del músico y habríamos acabado follando salvajemente en la habitación del hotel hasta el amanecer. Pero la realidad me es devuelta por el tono de mi móvil, el cual me avisa de que mi compañera ya ha acabado.

Luego regresamos al hotel y ella se queda dormida en seguida. Y yo pienso en masturbarme, pero no creo que a ella le gustase abrir los ojos y descubrirme con mi miembro y mi mano en perfecta sintonía. Así que decido concentrarme en el festival y sobre lo que podría destacar de él; pero a mi mente solo vienen imágenes de colas en los baños improvisados, centenas de vasos vacíos de cubalitros por el suelo y un sinfín de sombreros de paja y gafas de sol de pasta de colores.

Al final acabo en el bar del hotel, ignorada mi conversación por un somnoliento camarero madrugador mientras saboreo un vaso de güisqui. Que, por suerte, no es JB, sino Ballantines.

domingo, 20 de junio de 2010

Un día en la montaña

He estado mucho tiempo ausente, lo sé. Es lo que pasa cuando te dejas llevar por un estado de bienestar personal y no tienes necesidad de vomitar pensamientos ni intimidades sobre tu diario electrónico. Y no es que ahora esté en una situación de malestar personal, simplemente es que me han dado puerta en la relación sentimental que tenía y ahora dispongo de más tiempo libre. Algo así como el título del tema de LECHUGA EN LOS TANATORIOS, ‘Los Que Follamos Poco Tenemos Que Nadar’, pero cambiando el estilo braza por el teclear.
Como no deseo recrearme en el fracaso (al menos en este) reservaré para mi memoria el cómo, el cuándo y el porqué. Nunca he sido un tipo duro, y tampoco me he preocupado por intentar remediarlo; el patetismo y el ridículo no se me dan del todo mal, así que siento tendencia hacia estos estilos. Supongo que en esta última ocasión debo haber acentuado esas directrices ya que para que mis amigos me convenciesen en realizar un paseo espiritual hasta el Monestir de Montserrat dentro es que realmente me encontraba sumido en un estado chocarrero.
Así que subida a Montserrat, caminando, desde Collbató, que es una pequeña población situada al pie de la montaña. Caminando. Cuesta arriba. Caminando. Manda cojones.
Dos horas, siete kilos menos de sudor, veinte mil millones de poros abiertos y una sed del demonio después llegamos a la cima. Y yo que pregunto ¿y ahora qué? Y uno (éramos tres) que porqué no ponemos un cirio. Y yo contesto irónicamente que porqué no ponemos dos. Y acabamos poniendo dos. Después retomamos la pregunta ¿y ahora qué? Supongo que lo más normal es que alguien hubiese sugerido entrar al monasterio, pero no sucedió así. La palabra que apareció fue “bar”, que es más corta y más familiar para nosotros. Como teníamos hambre pedimos bravas y callos pero nos dijeron que solo tenían bocadillos; no era lo mismo, pero somos tipos conformistas, así que 2 de tortilla y uno de fiambre. Jarras si tenían, así que pedimos que nos las llenaran de cerveza. “Aromes de Montserrat”, que es un licor muy rico, también tenían. Y pacharán. Y bourbon. Y güisqui.
El resumen del timing de la jornada fue el siguiente: una hora y media de ascenso, tres horas de bar y sesenta minutos de descenso. Y yo que no recuerdo como coño bajamos la montaña en tan poco tiempo. Es más, ni siquiera recuerdo haber bajado la montaña, pero tuvo que ocurrir, pues a primera hora de la tarde ya me encontraba vomitando junto al coche en medio de la plaza central de Collbató, donde había montado un mercadillo y donde la gente me miraba con cara de aprensión. Y es que a mí la naturaleza creo que me sienta fatal; por eso he decidido que a la próxima pateada espiritual va a ir la santísima madre de otro, porque lo que es yo prefiero vomitar en los lavabos de locales de restauración. Cuestión de costumbre y comodidad de hábitat. En cuanto a si me ayudó o no a pasar el bache esa pateada, yo no tengo ninguna duda: me ayudó lo mismo que los 2 cirios que pusimos a la entrada del Monestir, los cuales todavía no he logrado descifrar en mi memoria como demonios fueron a parar al interior de mi mochila. Apagados, eso sí.

martes, 9 de febrero de 2010

Pereza

Me he vuelto un perro, directamente. O, como dirían algunos que conozco, un perraco, que es algo así como un can superlativo. Sé que el alma humana es compleja, y que no existen tonos pastel dentro de la ausencia de color pero lo mío es pura disidencia creativa. Y no es que me queje, ojo, pero sé que de aquí a un tiempo es muy probable que lo haga. En estos momentos ni me quejo ni creo, me limito a vivir lo que la vida me ofrece sin intentar pensar demasiado, o menos de lo habitual.
Dejarse llevar; suena bien, ¿verdad? Pues sabe mucho mejor. Lo malo de dejarse llevar es que, cuando se rompe la maroma que une tu barca al arrastre, más vale que hayas hecho provisión de un remo y recuerdes como volver a la orilla. Yo soy de los que se suelen dejar llevar sin remo, sin barca y sin recuerdos; así me va. Siempre me repito “esta vez será diferente” y, después, lo único que tiene de diferente es el nombre de mujer con el que bautizaron a la gran embarcación, aquella por la que me dejo llevar.
Otra vez vuelvo a estar en alta mar pero, a diferencia de otras ocasiones, en esta no me siento un polizón ocasional ni, como reza la canción, un habitante más en la ciudad del viento. Esta vez me siento como Errol Flynn, con menos miembro y sin piano, claro.
Nunca he tenido miedo a despertar, pero es que esta vez tengo la sensación de que algo diferente pasa. Bueno, quizá si es que algo diferente está pasando. El primer paso es saber reconocerse en un espejo, y creo que yo lo hago. A saber, soy un tipo mediocre, maniático, pluscuaimperfecto, sediento, acaparador, ególatra, autocompasivo, vaguete, parlanchín y un poco inaguantable. Con este perfil, que poco tiene de griego, es normal que por mi cama solo hayan pasado neuróticas, vampiras emocionales, ebrias, egos por el suelo, desesperadas, yonquis, vagabundas, emocionalmente inestables y alguna prostituta más de saldo que de lujo. Y no me quejo ya que, al fin y al cabo, un polvo es un polvo. El problema viene cuando las emociones aparecen para tocarte los cojones; y como a mí el sobeteo de las partes nobles me va, pues me dejo manosear por ahí abajo.
Toda esta mierda mental para decirte, diario, que otra vez me vuelvo a dejar llevar; aunque en esta ocasión algo difiere respecto a las anteriores. Podría hablar de la claridad del color de su pelo, cuando yo tiendo a un mundo azabache; o de la sinuosidad de sus curvas, cuando a mi me van los arrecifes de cristal lisos y espigados; o de su desinterés por la música y el cine, cuando para mi es un refugio a mis frustraciones y sueños incumplidos. Podría hablarte de tantas cosas por las que no debería sentirme inclinado hacia a la deriva por esa hembra, pero no lo voy a hacer. En lugar de eso te diré que, por primera vez en mis 32 años de estupidez existencial, me siento cuidado, mimado e incluso escuchado por con quien tengo una implicación de carácter sexual-emocional; aunque no sé si ese es el orden correcto.Supongo que, siendo así, cuando se rompa la maroma, el pánico será atroz pues, como te he dicho antes, voy sin remo, sin barca y sin recuerdos; la diferencia es que, anteriormente, siempre me había sentido solo y eso es algo que fortalece el espíritu de supervivencia. Ahora, si me dejo acomodar, si dejo que me sigan cuidando, mimando y escuchando, el espíritu de supervivencia se va a ir a tomar por el culo. Perder el instinto animal, igual que un perro de las praderas al que encierran desde pequeño entre las paredes de una vivienda urbanita. O, como dirían algunos que conozco, un perraco del campo.

martes, 2 de febrero de 2010

El deporte es salud

Como ahora dispongo de más tiempo libre del que puedo dilapidar con mi haraganería literaria, he decidido recuperar una vieja costumbre de adolescencia: el deporte.
La vida nocturna y los excesos han llegado a mermar mi masa muscular pero, paradójicamente, han producido un aspecto antiestético en mi estómago. No es que haya tenido nunca la deseada tableta de chocolate, ya que siempre he sido más de terreno irregular, pero sí que me podía poner camisetas de superhéroes sin que las piernas de estos ofreciesen un aspecto de relieve.
Bueno, he de reconocer que esta sana iniciativa no responde solo a la ociosidad de mis musas sino que, como ahora la vida emo-sexual (que no homo) parece haberse apiadado de mí, pues a uno le surge la tontería esa de mejorar su aspecto para hacer feliz a una segunda persona. Algo así como actúan los jefes cuando lucen para el resto sus trajes de Armani.
Lo primero que hice tras tomar la determinación fue descartar los deportes de equipo, pues mis principios no me permiten intercambiar sudor ni otras emanaciones corporales con individuos de la misma especie fuera del sexo. Lo segundo, gastarme una cantidad dolorosa de euros en un chándal ajustado, una camiseta sin mangas para lucir tatuaje, unas deportivas supercompletas, cuya vida de la suela va a sobrepasar de manera la mía, un Ipod, kit de guantes y bufanda, y unas gafas de sol estilizadas. Reconozco que, a priori, puede resultar un poco ostentoso pero no se trata más que de una inversión. ¡Y la motivación es muy importante! Así que, como me conozco, sé que si salgo a correr con el bañador de listones laterales, las Chuck Taylor y la camiseta de J&B, el sentido de la estética va a romper la concentración requerida para generar zancadas sobre el asfalto.
Total, que ayer salí a correr por mi barrio por vez primera tras 20 años de inactividad. ¡Y la cosa fue mucho mejor de lo que esperaba! Todavía estoy en forma y eso me reconforta como hombre, como humano y como reinserto social. ¡Tres minutos de carrera continua! Ah, y además a un ritmo casi frenético; o al menos así le pareció a mi corazón y a mis pulmones. Tras ello, un merecido descanso en el bar de al lado de casa, realizando triplete de quintos por el rollo de la deshidratación.
Ahora que lo he cogido con ganas no pienso dejarlo más que los días de Champions, los que no tenga otra cita más importante, los que sean demasiado fríos, los que sean demasiado cálidos, los que no oscurezca demasiado pronto, los que no haya demasiados vecinos por la calle que puedan verme sudar, ni las tardes que llegue cansado. Hoy estoy motivado, y ya tengo ganas de volver a lanzarme a la calle emulando al mejor recuerdo de Ben Johnson. Y si ayer fueron tres, seguro que hoy serán cinco. A los quintos me refiero.

jueves, 28 de enero de 2010

... de lo + Fantastico k he vivido nunca.

¡Toma del frasco carrasco! Ahora creo saber lo que sintió Gengis Kan cuando gran parte de Asia se rendía a sus pies. Y es que no podía haber soñado una semana mejor. Si hace dos noches estaba cazando vampiros a ritmo de ‘Bulería, Bulería’, la de ayer fue una de esas noches mágicas, que pocas veces le suceden a uno; a otros sí, por supuesto, pero no a uno. Como soy un caballero, o como me muero de sueño y me entra la vaguitis gramatical, resumiré que un encuentro fortuito se convirtió en una noche llena de sexo del bueno, palabras, sexo del sucio, miradas, sexo lascivo, caricias, sexo salvaje. ¡Ah!, y también hubo sexo.
¿Cómo definir lo qué paso anoche entre esa casi desconocida y yo? Esta claro que follamos. Bueno, está claro que follamos, follamos y casi follamos una tercera vez si no me hubieran llamado desde la redacción preguntando qué porque me retrasaba más de una hora. ¡Madre mía!, la redacción. Esta semana he hecho más méritos para que me echen que en los casi 7 años que llevo trabajando en ese periodicucho del extrarradio. Dos noches casi seguidas sin dormir; ¡ole yo y mis 32 años! El orgullo del barrio, diría Juanma, el oráculo de mi ciudad natal (algún día escribiré sobre él). Y sin ducharme ni nada; oliendo a puro sexo, como los buenos. O como los que no han tenido tiempo de lavarse ni de rebajar su grado de excitación, poniendo a prueba la elasticidad de un pantalón de pana.
Y ella toda una mujer. De las que no había saboreado yo su sudor nunca. Aun ahora no sé como esa escultura de sensualidad ha acabado en la cama de un tipo que tiene un cuadro de Spiderman sobre su cabecera. ¡Viva Peter Parker, la tía May y your prima of Ripollet!
Conociéndome como me conozco y sabiendo lo que me merezco por ser como me conozco, este suceso debería tener un desenlace patético o ridículo muy en desacorde por mis expectativas. No obstante, mi móvil esta sufriendo una invasión de sms’s repletos de textos lascivos y superlativos. Pero como mi autoestima sexual necesitaba una puesta a punto me quedo con: “Ha sido de lo + Fantástico k he vivido nunca”.
¿Que esto suena a enamoramiento sexual adolescente? Y qué. Prefiero emplear mis neuronas en pensar que modelo de condones voy a usar tras la cena de mañana en su piso, que no en preguntarme porque demonios no consigo apartar de mi cabeza el sinsentido de una humanidad cuyo recorrido converge en el ocaso.

martes, 26 de enero de 2010

Cazavampiros

Hay que ver que jodido es ir a currar sin dormir y con más medio morao que resaca cuando uno tiene 32 años. ¡Y es que uno ya no tiene la vitalidad de los 20! Y el hígado tampoco, dita sea. Pero lo de ayer creo que valió la pena, al menos para mi ombliguismo peterpanero. Es cierto que esta mañana no pensaba lo mismo, al entrar en la redacción apestando a bourbon y anís, sin afeitar, sin peinar, casi sin saber vestir y con un mareo que ríete tú de leer bocabajo en medio de una tormenta perfecta en alta mar; pero ahora, tras comer un bocadillo de tortilla para después echar los huevos por la boca, la vida parece adoptar otro color; eso, o que ya consigo ubicar cada uno dentro de su superficie.
Pero ¿qué sucedió ayer?
Antecedentes: Existe un bar en mi población natal donde me tienen vetada la entrada desde hace tiempo por ser el compañero de fatigas de un broncas cabrón. Este broncas cabrón es mi amigo, casi un hermano, y tiene nombre. Pero eso no lo exime de ser un broncas cabrón. Es lo que tienen los amigos, que aparte de ello pueden ser más cosas. Me disperso, me disperso. Ese lugar se llama Motor Rock Café. Es curioso porque el único motor que uno encuentra allí es el de los vehículos que se hallan aparcados en la calle; si a Bisbal, El Barrio o Los Amorosos Hijos del Reggaeton Sabrosón se les considera rock, es que mi concepto de la música merece una revisión; ¡ah! y tampoco tiene cafetera. Pero bueno, a parte de estos detalles nimios, el nombre del local identifica claramente lo que uno podrá encontrar en su interior.
Hechos: Caminaba yo hacia la estación del tren acompañado del broncas cabrón, cuando pasamos cerca de una obra; allá que se acerca mi amigo y, como sacadas de la chistera, reaparece con un par de picas de madera en forma de estacas: “¡Mira! Como en las películas de la Hammer”. Yo que asiento con la cabeza y suspiro por dentro, y él que habla de nuevo para pronunciar las palabras mágicas: “Tengo una idea”. Como explicar el temblor de piernas que experimenté en aquel momento. Sé que podría haberle dicho que tirara las picas, que se dejara de tonterías o que no me hablara a un palmo de la cara, pero como nunca he sido mucho de discutir el ingenio de nadie, le seguí en la nueva dirección que habían tomado sus pasos. No hay que ser un diario muy listo para averiguar que la siguiente escena transcurre en la puerta del Motor Rock Café. Cuando giramos la esquina el portero nos vio, o nos olió, yo tengo mis dudas. Como si de un spaghetti-western se tratara, las miradas de broncas cabrón y portero se encuentran, se desafían, se mantienen el pulso, hasta que mi amigo grita: “¡Vampiro! ¡Voy a matar al vampiro!”, antes de lanzarse en carrera a su encuentro. Un enano de 1,52 con dos estacas en carrera suicida contra un armario de 1,85 de altura y distancia similar entre hombros. Mientras eso sucedía, yo que me apalanco sobre el maletero de un coche (de los que todavía tienen) y me enciendo uno de los cigarrillos de broncas cabrón que no sé como ha ido a parar a mis manos, así como su encendedor zippo de Bettie Page. Mis dudas en aquel momento eran ostia en la cara y al suelo, patada en el estómago y al suelo o cabeza contra pared, y luego al suelo. Sé que no es de grandes amigos dar un duro por ellos pero, créeme diario, broncas cabrón no tiene mucha experiencia con estacas, ni tampoco con gordos enormes acostumbrados a vapulear mierdas como nosotros. Por suerte, el destino se alió con él, provocando que en la frenética carrera sus pies trastabillearan y se fuera de bruces contra el suelo. ¿No te lo acabo de escribir? ¡Zas! y al suelo. Mientras dudaba entre si reír o lanzarme a su auxilio, oigo como alguien lanza una pregunta, unos pasos tras de mí: “Oye, ¿ese no es tu primo?”, a la que otra voz responde: “Y el de las estacas que se acaba de meter una ostia, su colega”.
Sí, era mi primo y un amigo suyo. Por suerte, mi primo y su amigo conocen al gordo de la puerta del Motor Rock Café. Por suerte, ese mismo gordo estaba convencido de que mi amigo era un pobre retrasado por el que no merecía la pena sudar la camiseta. Por suerte, broncas cabrón se partió medio diente y se le quitaron las ganas de jugar a Van Helsing. Por suerte, a todos nos terminó por hacer gracia la situación y, mi amigo y yo, fuimos invitados a pasar al bar hasta entonces vetado. Por suerte, anoche no había más clientes y nos permitieron escuchar Los Secretos, Gabinete Caligari y Más Birras como un gesto de condescendencia ante tan extraordinaria escoria social. Por suerte, mi primo llevaba dinero y eso eliminó cualquier posibilidad de que también nos pudieran romper la boca al salir.
Y es que hay días, pero sobretodo noches, que hacen que la vida valga la pena.

lunes, 25 de enero de 2010

Virus

Desde hace días tengo a un familiar ingresado en el hospital. Sé que no se trata de nada original, mucha gente tiene a algún familiar ingresado en el hospital; otra lo ha tenido y otra lo tendrá. A día de hoy, y si nos fiamos del diagnostico de una bata blanca titulada, la cosa no es grave. Aun así, mi familiar no se acaba de recuperar y sufre avances y retrocesos con la elasticidad de Mr. Fantástico. Dicen que tiene un virus, que viene a ser algo así como: "no tenemos ni la más remota idea de lo que tiene pero seguro que le pasa algo, es algo que tiene en el organismo pero que no detectamos, y tampoco tenemos ni pajolera idea de qué lo provocó". Claro, y es entonces cuando se aplica la lógica: "como no sabemos lo que tiene, le vamos atiborrar a medicamentos de diferente índole que pueden provocar efectos secundarios permanentes pero que, si hay suerte, pueden dar con el virus y detener su progresión". ¡Ole sus cojones! Los de la medicina, me refiero, los de la bata blanca no, ya que al ser mujer no tiene.
Sí, sé que estoy haciendo demagogia de salón, y que la medicina no es una ciencia exacta... pero sí de precisión; y, sinceramente, me toca las narices estas imprecisiones cuando repercuten sobre la vida de un familiar.
La cosa no es grave, y ya está fuera de peligro, y de eso me alegro. Pero han quedado efectos secundarios permanentes y otros que están en duda y bajo observación. Tampoco se le acaba de dar el alta porque sufre un estado febril intermitente cuyo origen también es 'Unknow' y sus familiares directos templan sus nervios estoícamente aferrados a una solución definitiva que aún ha de llegar. Yo, por mi parte, no estoy preocupado. Dificilmente podría preocuparme por otra persona que no fuese yo mismo; pero es un familiar mío, y a nadie le gusta sentir la obligación de preguntar de vez en cuando por el progreso del mismo, ni realizar visitas esporádicas a clínica alguna en sus horas de ocio, así como no poder realizar chistes sobre la muerte y las enfermedades sin que el resto de la familia te fulmine con la mirada. Así que Amigo, más vale que espabiles y dejes de hacer cuento con tu organismo; dile a tus células que pateen el culo a ese virus de los cojones y soba al personal hospitalario para que detecten tu recuperación. Ya sabes que yo te estaré esperando para celebrarlo, y te llevaré hasta allí donde prometí que lo haría... y luego, ya podré volver a sentirme bien con mi egoismo.

miércoles, 20 de enero de 2010

No me quieras tanto

Como rezaba el lema de la película de Jim Jarmusch, FLORES ROTAS: ‘Cuando menos te lo espera va la vida y arrastra tu pasado hacia el presente sin importarle un carajo tu opinión’. Bueno, quizá no sea exactamente así pero, a grandes rasgos, viene a decir lo mismo. Si ayer me acostaba con mi ex editor… ejem, ejem… no en un sentido literal, sino con el sinsabor de su reaparición en mi vida, esta mañana amanezco con el reencuentro de una persona que ya tenía relegada al olvido en mi memoria. Lo peor de todo, no ha sido el reaparecimiento en sí, sino la manera en que ha acontecido. Te explico, diario: serían las 6:30AM pasadas cuando un sms en mi móvil ha realizado las funciones de despertador improvisado. Este hecho ya habría sido suficiente para… ¿cómo decirlo con sutileza?... tocarme los güevos, pero lo realmente amoral de todo esto ha sido el mensaje recibido: “Te quiero”. ¡Joder! Hacía mucho tiempo que no me decían esto por las mañanas… aunque tampoco nunca me lo habían dicho de esta forma tan tecnológica. Ya me estoy yendo por las ramas, ¡al grano! El tema es que, pese a que con esta persona siempre ha existido un vínculo especial, un afecto especial y un sexo especial, nunca hasta hoy ninguno había empleado la palabra “querer”, ¡y mucho menos después de casi un año de silencio mutuo!
Ahora, mientras escribo, hemos atravesado la franja horaria del mediodía y todavía no le he respondido, pero es que no creo que lo haga. ¿Qué se supone que debería responder a eso?: “Yo también a ti”? “Gracias, igualmente”? “Es un consuelo porque, después de 11 meses de no tener noticias tuyas, hoy me he despertado con esa duda y hubiese sido capaz de quitarme la vida si no realizabas una afirmación tal”? o, como decía el amigo de un amigo: “Gracias por la sinceridad, pero es que yo soy más de follar”.
Todo este sinsentido me ha hecho pensar en la facilidad con que la gente dice “Te quiero” últimamente. ¡Hasta yo lo hago a veces! (Dios me perdone, incluso mi ateidad). Si hiciese un recuento de las veces que me han dicho “Te quiero” en los últimos meses seguro que anotaría palitos en grupos de decenas.¡Y eso a mí! que de simpático tengo lo mismo que de altruista… Cavilando, cavilando he pensado en todos esos amigos, amigas, conocidos, conocidas, familiares, familiaras de lazos circunstanciales que de vez en cuando te sueltan un “Te quiero” porque sí, porque les apetece… Me parece genial esas apetencias, pero señoras, señores, ¡seamos consecuentes! ¿Con cuánta de esta gente puedo contar en realidad cuando la necesito? “Te quiero” pero no me agobies con tus problemas… “Te quiero” pero en la distancia… “Te quiero” pero solo cuando te necesito… “Te quiero” pero no te cojo el teléfono ni contesto a tus correos ni mensajes cuando sé que lo necesitas…. “Te quiero” pero mientras no haya a nadie mejor a quien querer… “Te quiero” porque somos familia y se supone que así debe ser…
Diario, escúchame bien: ¡Yo a ti no te quiero una mierda! El único “Te quiero” que disfruto como sincero, aunque sea de manera efímera y motivado por sustancias espirituosas, es el que se da y se recibe en un bar, garito o antro tras una generosa ingestión etílica… Y, encima, este sí que se reafirma con contacto físico: un generoso abrazo que provoca que las costillas se te claven en la carne.
Para el resto de los que escupen “Te quieros” a diestro y siniestro, les digo lo mismo que canta Malevaje en su último disco: No me quieras tanto… quiéreme mejor.

martes, 19 de enero de 2010

Editor

Una vez tuve un editor... o él me tuvo a mí, claro, según se mire. Algún día escribiré algo sobre mi editor... Lo que sé de él no tiene desperdicio; incluso se podría escribir una biografía sobre él, ¡seguro! De las pocas cosas que sé sobre mi editor, creo que solo un 1% se podrían considerar lógicas: su pelo y su barba. No creo que, ni tan solo, el resto de su cuerpo se podría considerar "cosas lógicas"... puede que ni siquiera "cosas". Creo que estoy divagando.
Hoy escribo sobre mi editor porque, después de casi un año de falta de comunicación entre ambos, hoy he recibido un mail en el que me recordaba que teníamos un contrato en vigor. Supongo que se refería al Din-A4 mecanógrafiado y lleno de faltas de ortografía que firmamos sobre el maletero de su Mercedes en un parking del Raval. ¡Si ya ni me acordaba! Joder, ¿cómo no iba a firmarlo? Entre el efecto de los chupitos de whiskey y la euforia de firmar mi primer contrato profesional como escritor, habría firmado el mismo contrato que Fausto. Lo que sucede es que, desde hace más de dos años, decidí pasar del compromiso. No me sentía realizado.... Bueno, eso suena bien, pero en realidad me acabé agobiando, como siempre. ¿Qué quieres, diario? soy un tipo indisciplinado, he de ser consecuente con mi naturaleza.
Total, que al final le he contestado. Por una vez, he intentado ser valiente, decidido y totalmente honesto, así que le escrito algo muy parecido a estas palabras:
"Hola, disculpa que me haya mantenido en silencio todo este tiempo, pero es que he tenido unos problemas personales que me han sumergido en un bache tan profundo que superarlo se ha convertido en casi un ascenso imposible, una quimera sin signo alguno de mejora o cambio. Podría explicarte de que se trata, pero eso solo me llevaría a un estado de regresión emocional que pondría en peligro la estabilidad temporal que, aunque falsa, se ha convertido en mi único apoyo moral a una existencia repleta de matices incoloros difícil de calificar. Soy consciente de lo que piensas, y eso me hace sentir culpable, hecho que me sumerge todavía más en un lodo social que no se disuelve ni solidifica, sino que se empeña en tornar inútil mis movimientos de remonte y salvación. Por favor, no pienses en estas palabras, limítate a acceptarlas y guardarlas en el cajón de tu alma; si crees en mí, si alguna vez lo hiciste, apoya mi momento de oscuridad, elevando hasta el grado más alto de tu comprensión el argumento que aquí te doy. Por favor, sigue teniendo fe en mi, pues solo ella mantendrá la paciencia necesaria para ver llegar el momento en que todo vuelva a la comodidad. Y no te preocupes, porque no eres tú... soy yo".
Y después le he dado a enviar. Desconozco si habrá entrado ya en su cuenta de correo, y si habrá descubierto el mensaje y leido su contenido... pero, sea como sea, creo que habré conseguido unos meses más de margen para presentarle la biografía musical que le debo. Eso, o que decida rescindir mi contrato de una vez por todas. Pero como he escrito antes, pocas cosas lógicas puede uno hallar en mi editor. Supongo que nunca sabré como se le ocurrió ponerme un contrato para firmar sobre el maletero de su coche...

viernes, 15 de enero de 2010

Cuentos bonitos

Hace poco una amiga me dijo: "Ya no escribes nada bonito, solo vulgaridades". Desconozco si en mi vida he escrito algo realmente bonito, pero le contesté con un: "La gente ya no quiere leer nada bonito. Las personas se cansan del romanticismo; al principio lo acogen con una sonrisa pero al poco tiempo lo acaban desechando por resultar algo poco práctico y empalagoso". Bueno, le dije eso como le podría haber dicho cualquier otra chorrada, porque lo cierto es que solo escribo prosa lírica cuando algo o alguien me motiva... o cuando a alguien le motiva... pero hace mucho tiempo que no descubro brillo en los ojos de las personas a las que he regalado un conjunto de palabras.
A todo esto que anoche me fuí a cenar con una chica que conocí hace poco. La conocí como se suele conocer a la gente, de casualidad; ella: dependienta simpática en una tienda de cómics, y yo: con un día jovial y parlanchín. No recuerdo exactamente como transcurrió la conversación, pero acabamos quedando para cenar, justo una semana después, en un restaurante de una población intermedia.
La velada transcurrió de manera casi perfecta. Yo, que si escribo y ella, que si lee. Yo, que si me encanta leer cuentos a mis compañeras de cama y ella, que si le encanta que le susurren historias al oido. Yo, que si vino negro, ella que si también. Yo, que si me apasiona viajar y ella, que si su hermana tiene una agencia. De repente, y en medio de un postre de chocolate, se cambian las tornas: ella, que si le encanta el sexo en la primera cita y yo, que casi le hago repetir la frase porque no doy crédito a mi noche de suerte. ¡Me faltó tiempo para pedir los cafés y la cuenta!
Cuando salimos del local, la chica que me rodea el cuello con sus brazos, me mira a los ojos, y me dice: "¿Te gusto?". "¡Joder que sí!", pienso; "¿No te basta con mirarme a los ojos para hallar la respuesta?", le digo. Conseguí que sonriera, pero no que me besara. En lugar de eso, dijo algo que por nada del mundo estaba aguardando: "Tengo que decirte una cosa, pero antes de hacerlo quiero que pienses en lo bien que hemos conectado, en lo bien que lo hemos pasado esta noche, en lo que me acabas de contestar. Por favor, no te asustes, pero yo antes era un hombre. Bueno... en realidad sigo teniendo una parte física que me delata". Silencio.
¿Qué sucedió a partir de entonces? A ti no te lo voy a contar, diario, porque todavía no somos amigos. Y ahora te dejo, que me apetece escribir algo diferente, algo más lírico. Quizá, un cuento bonito... y luego, dormir un poco.

miércoles, 13 de enero de 2010

El chino no sabe bailar

Ayer llegué tarde a casa, por eso no escribí en el diario. Bueno, por eso, y por el estado de ebriedad en el que me encontraba. Y como no ocurrió nada destacable que poder comentar, pues explicaré este hecho.
Tras un día gris en la redacción, me fui a un bar musical del centro de la ciudad. Lo de bar musical quizá sea excederme en generosidad... pues en realidad se trata de un antro heavy. Sea lo que sea, me dirigí hacia allí con la intención de tomarme una cerveza antes de regresar a casa y trabajar en la novela. Tras la barra encontré a una chica bastante mona, bastante tatuada y bastante joven para mí... Reconozco que las hormonas se me dispararon al momento así que intenté forzar mi mejor sonrisa y abordarla con temas de conversación que creía le podrían interesar.
Mientras ella escuchaba mi teoría de porqué la literatura gótica se está revalorizando en esta última decada, aparecieron cuatro tipos con trajes caros y algunas copas de más. Se veía a leguas que habían dado con el sitio por casualidad, y que se encontraban más perdidos que yo en un circuito de Fórmula 1. La estampa sonaba a cena de empresa, o celebración de un trato recién cerrado o cualquier otra chorrada relacionada con el ámbito laboral; pues lo que quedaba claro con un simple mirar de reojo, es que a aquellos tipos no les unía ninguna relación más que el trabajo. Uno de ellos era oriental, por cierto; chino, supongo. La cuestión es que, el más veterano, y el que más pinta de crápula tenía, se convirtió en el abanderado del improvisado pelotón. Tras pedir las copas (porque esta gente siempre pide copas), comenzó a abordar a la camarera con insinuaciones, pretendidamente, sensuales y comentarios bochornosos. Y ella estoica, aguantando el temporal. En un momento me sentí indignado, y afloraron en mí unos sentimientos caballerescos que desconocía hasta la fecha. ¡Me alarmé!, por supuesto... pero estos se acabaron disipando cuando comprendí que podría sacar provecho de la situación. Seguro que, si estos tipos continuaban agobiándola así, yo le parecería el tipo más interesante del mundo... almenos en aquel momento. El momento de órdago vino cuando el más veterano, el crápula le preguntó a la camarera: "¿Bailas? Si me dices que no tendré que bailar con el chino, y el chino no sabe bailar". El chino no se estaba enterando de la misa la mitad; su cara delataba su escaso conocimiento del castellano, pero almenos se reía. La chica, por su parte, dijo que no; y los tipos continuaron bebiendo y comenzaron a bailar. ¡Menudos imbéciles!, pensé. Y sonriendo me concentré en continuar mi conversación con la muchacha, así que le hice un gesto con la mano, ella se acercó y yo retomé mi conversación donde creí haberla dejado.
En esas estábamos cuando apareció otro tipo, más joven y más guapo que yo. Tras situarse a mi lado, guiñó el ojo a la chica y lanzó su mano sobre la de esta, la cual se encontraba apoyada en la barra. Ante tal descaro solo acerté a pronunciar: "¿Pero qué crees que estás haciendo?". Él me miró con cierto aire de desprecio y contestó: "Poco te importa a ti lo que yo haga con mi novia". Claro, eso fue lo que dijo antes de exclamar mirando a la chica: "¡Menudo imbécil!".
Reconozco que la velada no estuvo tan mal. Al final, resulta que los cuatro ejecutivos no eran tan mal tíos; así que acabé invitándoles a beber y no dejamos de bailar y cantar toda la noche. Bueno, almenos hasta que nos echaron del local por molestar. Lo último que recuerdo fue un enorme abrazo al chino antes de despedirnos. De lo que no me acuerdo tanto es de como logré llegar a mi piso... ni de donde aparqué el coche.

lunes, 11 de enero de 2010

Chulo

Hoy, al entrar en la redacción por la mañana, uno de mis compañeros, uno de esos obesos engreídos que todavía creen conservar el sexappeal de antaño entre las arrugas de su carne fofa y grasosa, ha murmurado: '¡Miradlo! ¿es chulo o no es chulo? Con sus guantes, su bufanda y su chaqueta a lo Nicolas Cage...". Yo no tengo ni puta idea de lo que es una chaqueta a lo 'Nicolas Cage', ni siquiera sé por qué este tipo se empeña en compararme con él cuando se le antoja, pero lo que menos comprendo es por qué dice que soy chulo. Dos hostias bien dadas le hubiese metido delante de su becario y el otro tipo que se encontraba presente. Pero claro, eso solo hubiese reafirmado su comentario. Así que al final, y resignado, me he tenido que tragar el orgullo y limitarme a hundirle sus testículos de un puntapié. Y todo esto antes de tomarme mi primer café... En fin, que supongo que podría denunciarle por mobbing, pero como soy buen tipo, pues me jodo y aguanto. Dita existencia.

domingo, 10 de enero de 2010

Diario

Comienzo este diario y no tengo ni idea de si debería iniciarlo con un "querido diario" o un "mira que mierda de día he tenido". A pesar de ello, creo que ambas expresiones son innecesarias, así que pasando... Además, ya he comenzado a escribir, con lo que la presentación está más que resuelta.
En mi primera confesión intimista, una determinación: esta semana he decidido pasar de todo el tema de la prensa musical; tema que solo me aportaba entrada gratis a conciertos y eventos musicales, conocer a artistas y acudir a sus fiestas privadas, alguna copa gratis, algún polvo ocasional y bastantes risas. En lugar de ello he decidido dedicarme a la escritura de ficción por completo; a partir de ahora tendré vida de clausura, una agitación social casi nula, menos risas, menos polvos, y demasiado tiempo para la autocompasión. A priori no suena como un cambio muy beneficioso, pero uno es una persona con principios y, habiendo tomado la autodeterminación en un momento de debilidad emocional y resaca dolorosa, pues he de ser consecuente.
Almenos tendré más tiempo libre... pero menos actividad en el que emplearlo. Bueno, siempre queda el onanismo; con el que, a su vez, podría retroalimentar mi literatura.
Joder... y yo que lo de perder los polvos ocasionales no lo veo muy claro... No es que haya tenido muchos la verdad, pero por mínimos que fueran siempre serán superiores a cero... que creo es el número de compañía que va a recibir mi cama en esta vida futura.
Pero me convertiré en escritor, que es lo que importa; y de esta manera me sentiré más realizado y ya tendré una justificación para los estados de ebriedad.
Y ahora ya lo dejo, que no es bueno mantener una copa vacía demasiado tiempo.