domingo, 20 de junio de 2010

Un día en la montaña

He estado mucho tiempo ausente, lo sé. Es lo que pasa cuando te dejas llevar por un estado de bienestar personal y no tienes necesidad de vomitar pensamientos ni intimidades sobre tu diario electrónico. Y no es que ahora esté en una situación de malestar personal, simplemente es que me han dado puerta en la relación sentimental que tenía y ahora dispongo de más tiempo libre. Algo así como el título del tema de LECHUGA EN LOS TANATORIOS, ‘Los Que Follamos Poco Tenemos Que Nadar’, pero cambiando el estilo braza por el teclear.
Como no deseo recrearme en el fracaso (al menos en este) reservaré para mi memoria el cómo, el cuándo y el porqué. Nunca he sido un tipo duro, y tampoco me he preocupado por intentar remediarlo; el patetismo y el ridículo no se me dan del todo mal, así que siento tendencia hacia estos estilos. Supongo que en esta última ocasión debo haber acentuado esas directrices ya que para que mis amigos me convenciesen en realizar un paseo espiritual hasta el Monestir de Montserrat dentro es que realmente me encontraba sumido en un estado chocarrero.
Así que subida a Montserrat, caminando, desde Collbató, que es una pequeña población situada al pie de la montaña. Caminando. Cuesta arriba. Caminando. Manda cojones.
Dos horas, siete kilos menos de sudor, veinte mil millones de poros abiertos y una sed del demonio después llegamos a la cima. Y yo que pregunto ¿y ahora qué? Y uno (éramos tres) que porqué no ponemos un cirio. Y yo contesto irónicamente que porqué no ponemos dos. Y acabamos poniendo dos. Después retomamos la pregunta ¿y ahora qué? Supongo que lo más normal es que alguien hubiese sugerido entrar al monasterio, pero no sucedió así. La palabra que apareció fue “bar”, que es más corta y más familiar para nosotros. Como teníamos hambre pedimos bravas y callos pero nos dijeron que solo tenían bocadillos; no era lo mismo, pero somos tipos conformistas, así que 2 de tortilla y uno de fiambre. Jarras si tenían, así que pedimos que nos las llenaran de cerveza. “Aromes de Montserrat”, que es un licor muy rico, también tenían. Y pacharán. Y bourbon. Y güisqui.
El resumen del timing de la jornada fue el siguiente: una hora y media de ascenso, tres horas de bar y sesenta minutos de descenso. Y yo que no recuerdo como coño bajamos la montaña en tan poco tiempo. Es más, ni siquiera recuerdo haber bajado la montaña, pero tuvo que ocurrir, pues a primera hora de la tarde ya me encontraba vomitando junto al coche en medio de la plaza central de Collbató, donde había montado un mercadillo y donde la gente me miraba con cara de aprensión. Y es que a mí la naturaleza creo que me sienta fatal; por eso he decidido que a la próxima pateada espiritual va a ir la santísima madre de otro, porque lo que es yo prefiero vomitar en los lavabos de locales de restauración. Cuestión de costumbre y comodidad de hábitat. En cuanto a si me ayudó o no a pasar el bache esa pateada, yo no tengo ninguna duda: me ayudó lo mismo que los 2 cirios que pusimos a la entrada del Monestir, los cuales todavía no he logrado descifrar en mi memoria como demonios fueron a parar al interior de mi mochila. Apagados, eso sí.