miércoles, 18 de agosto de 2010

Festivales de verano

Como soy un periodista menor, según yo, y mediocre según mis superiores, pues ahora me han concedido el incomparable privilegio de cubrir eventos musicales. Algo fantástico, tanto que no pude reprimir un ¡yupi! cuando me informaron. Luego me fui a celebrarlo con una pepsi-cola y un huevo kinder.

Con nueva responsabilidad y cargo, reservé hotel lo más cerca que pude del evento: a unos escasos 45 kilómetros del festival, cosa que aplaudirían para sí las diferentes patrullas de alcoholemia. Luego me enteré de que me acompañaría una fotógrafa veinteañera, nueva en la redacción, y hube de ampliar a dos la reserva. La chica era lista, mona y simpática, pero no tenía carné de conducir, así que pronto deduje quien tendría que chuparse los setecientos kilómetros de carretera y volante.

Al llegar al hotel grata sorpresa, solo había una cama. No negaré que fantaseé con la idea de que regresaríamos ebrios cada noche de festival y que comenzaríamos a reírnos, a charlar, a tocarnos a amarnos en la nocturnidad del alcohol... así que no dudé en ser el primero en admitir que no me importaba compartir lecho. Ella no habló. Mal comienzo.

En el festival, mucha diversión ajena. Era un festival indie-pop, que viene a ser algo así como un conjunto de conciertos para pijos u otros alternativos que creen entender de música y solo entienden de ser más estrambóticos que el resto. Y veo que todos dicen que “lo más” es lo que musicalmente suena peor o que tiene más simpleza o que, directamente, no vale una puta mierda. Y que conste que yo no soy crítico musical pero tampoco soy un puto gilipollas que no sabe distinguir un vómito de una lasaña. A pesar de ello, y como sé lo que quiere el diario y el público, pues yo a admitir que sí, que el tipo con pinta de tipa que toca el teclado como cuando yo tenía seis años y mi PT-1, y que canta como Jose Mª Aznar en una mañana de resaca, es un puto genio. Recalco lo de puto, por concederme esa licencia.

Y así pasa la noche, que a medida que transcurre me doy cuenta de que la mayoría han venido a beber, sobretodo el público masculino. Y que sus conocimientos musicales quedan reflejados en comentarios como: “¡Quitate la ropa!” o “¡Rubia de bote, chocho morenote”, cuando sale la cantante de un grupo de rock'n'roll a escena. Y yo me cago en la mar salá, porque aunque para la prensa la cerveza solo valga un euro, de güisqui solo tienen JB.

A todo esto que va llegando el final del festival y pierdo a mi socia de vista, y cuando la redescubro veo que se está dando el lote con el músico de uno de los grupos. Luego me viene y me pide si la puedo esperar en el coche, que ella se lo va a follar en el de él. Pienso mil cosas relacionados con mi dignidad y mis principios; luego pienso que si ella folla con el músico esa noche mis posibilidades de sexo con ella se van a reducir a menos veinte. Pero como todo esto lo pienso en tres segundos, y como estoy demasiado cansado y borracho para pensar, le digo que adelante.

Mientras espero en mi coche a que ella se corra, pienso en que si esto hubiese sido una película y yo el protagonista, la hubiese agarrado por la cintura y le habría besado de la manera más intensa para luego decirle: “Haz lo que quieras nena, pero no me preguntes”; y ella me habría mirado extasiada, habría pasado del músico y habríamos acabado follando salvajemente en la habitación del hotel hasta el amanecer. Pero la realidad me es devuelta por el tono de mi móvil, el cual me avisa de que mi compañera ya ha acabado.

Luego regresamos al hotel y ella se queda dormida en seguida. Y yo pienso en masturbarme, pero no creo que a ella le gustase abrir los ojos y descubrirme con mi miembro y mi mano en perfecta sintonía. Así que decido concentrarme en el festival y sobre lo que podría destacar de él; pero a mi mente solo vienen imágenes de colas en los baños improvisados, centenas de vasos vacíos de cubalitros por el suelo y un sinfín de sombreros de paja y gafas de sol de pasta de colores.

Al final acabo en el bar del hotel, ignorada mi conversación por un somnoliento camarero madrugador mientras saboreo un vaso de güisqui. Que, por suerte, no es JB, sino Ballantines.