domingo, 27 de marzo de 2011

Ebrio de absenta y de alcohol

Ayer llegó a mis manos, de manos de las manos de una amiga, un libro que hablaba de los efectos de la ebriedad en la literatura. Un escueto ensayo de una escritora de la cual desconozco profesión, vida y vivencias. El trabajo se centraba en la relación de todo tipo de drogas con escritores de lengua hispana a partir del Modernismo, como movimiento literario no como mote irónico, claro. Yo no soy escritor, pero soy periodista y como tal, pues tan bien escribo mis cosas. Tampoco flirteo con todas las drogas, pero tengo afición a algunas de ellas. Dos de dos. Tocado, hundido y leído mientras digería cervezas en un antro de estos que las sirven; a modo ambientación. Al acabar y digerir (cervezas y texto, en ese orden, creo), mi espíritu se vio colonizado por una animosidad propia de los niños, de los entusiastas y de los seguidores del Cádiz que poco freno pudo encontrar en un cerebro ya afectado por los paraísos artificiales. Recuerdo que pensé algo tan profundo como un “que guay” y me dirigí a casa con la ¿sana? intención de probarme como escritor ebrio. En alguna ocasión había puesto a prueba mi capacidad como narrador de literatura de ficción, obteniendo un resultado tan exitoso como una invasión del territorio norteamericano por parte del pueblo de mi padre. Pero pensé que esta ocasión podía ser diferente, que si escribía bajo la influencia del alcohol las ideas nacerían en mi cabeza a una velocidad desbordante, viajando por interior de mi cuerpo hasta llegar a mis manos, las cuales se encargarían de transformarlas en palabras. O algo así. En cuanto llegué a casa encendí mi portátil y agarré la botella de absenta que había comprado en Andorra unos meses atrás. No es que la absenta me apasione especialmente, pero pensé que a más grados más ideas. Primero fue un trago. Nada. Después uno largo. Tampoco. Medio vaso. No aparecían las musas. Vaso entero. Y que si quieres arroz Catalina. Al final acabé zumbándome la mitad de la botella, dos latas de cerveza y un par de chupitos de tequila. Y cuando mi resignación estaba apunto de transformarse en aceptación de mi imposibilidad de ser creativo, logré crear. De mi mente no creo que naciera, ni tampoco fue canalizado a través de mis manos, pero mi creación surgió de mí con tanta fiereza que acabé bañando con mi vómito el suelo del comedor y parte del pasillo. Et voilà! allí estaba mi obra, esparcida a mis pies. Quizá no se tratase de una obra literaria, pero puedo asegurarte que alguna influencia expresionista sí podía tener.
Eso ha ocurrido hace unos treinta minutos. Supongo que debería limpiarlo todo, pero ahora estoy demasiado borracho como para hacer nada que ya me disguste realizar en mi sobriedad. Además, no todos los artistas son capaces de destruir sus obras.