martes, 9 de febrero de 2010

Pereza

Me he vuelto un perro, directamente. O, como dirían algunos que conozco, un perraco, que es algo así como un can superlativo. Sé que el alma humana es compleja, y que no existen tonos pastel dentro de la ausencia de color pero lo mío es pura disidencia creativa. Y no es que me queje, ojo, pero sé que de aquí a un tiempo es muy probable que lo haga. En estos momentos ni me quejo ni creo, me limito a vivir lo que la vida me ofrece sin intentar pensar demasiado, o menos de lo habitual.
Dejarse llevar; suena bien, ¿verdad? Pues sabe mucho mejor. Lo malo de dejarse llevar es que, cuando se rompe la maroma que une tu barca al arrastre, más vale que hayas hecho provisión de un remo y recuerdes como volver a la orilla. Yo soy de los que se suelen dejar llevar sin remo, sin barca y sin recuerdos; así me va. Siempre me repito “esta vez será diferente” y, después, lo único que tiene de diferente es el nombre de mujer con el que bautizaron a la gran embarcación, aquella por la que me dejo llevar.
Otra vez vuelvo a estar en alta mar pero, a diferencia de otras ocasiones, en esta no me siento un polizón ocasional ni, como reza la canción, un habitante más en la ciudad del viento. Esta vez me siento como Errol Flynn, con menos miembro y sin piano, claro.
Nunca he tenido miedo a despertar, pero es que esta vez tengo la sensación de que algo diferente pasa. Bueno, quizá si es que algo diferente está pasando. El primer paso es saber reconocerse en un espejo, y creo que yo lo hago. A saber, soy un tipo mediocre, maniático, pluscuaimperfecto, sediento, acaparador, ególatra, autocompasivo, vaguete, parlanchín y un poco inaguantable. Con este perfil, que poco tiene de griego, es normal que por mi cama solo hayan pasado neuróticas, vampiras emocionales, ebrias, egos por el suelo, desesperadas, yonquis, vagabundas, emocionalmente inestables y alguna prostituta más de saldo que de lujo. Y no me quejo ya que, al fin y al cabo, un polvo es un polvo. El problema viene cuando las emociones aparecen para tocarte los cojones; y como a mí el sobeteo de las partes nobles me va, pues me dejo manosear por ahí abajo.
Toda esta mierda mental para decirte, diario, que otra vez me vuelvo a dejar llevar; aunque en esta ocasión algo difiere respecto a las anteriores. Podría hablar de la claridad del color de su pelo, cuando yo tiendo a un mundo azabache; o de la sinuosidad de sus curvas, cuando a mi me van los arrecifes de cristal lisos y espigados; o de su desinterés por la música y el cine, cuando para mi es un refugio a mis frustraciones y sueños incumplidos. Podría hablarte de tantas cosas por las que no debería sentirme inclinado hacia a la deriva por esa hembra, pero no lo voy a hacer. En lugar de eso te diré que, por primera vez en mis 32 años de estupidez existencial, me siento cuidado, mimado e incluso escuchado por con quien tengo una implicación de carácter sexual-emocional; aunque no sé si ese es el orden correcto.Supongo que, siendo así, cuando se rompa la maroma, el pánico será atroz pues, como te he dicho antes, voy sin remo, sin barca y sin recuerdos; la diferencia es que, anteriormente, siempre me había sentido solo y eso es algo que fortalece el espíritu de supervivencia. Ahora, si me dejo acomodar, si dejo que me sigan cuidando, mimando y escuchando, el espíritu de supervivencia se va a ir a tomar por el culo. Perder el instinto animal, igual que un perro de las praderas al que encierran desde pequeño entre las paredes de una vivienda urbanita. O, como dirían algunos que conozco, un perraco del campo.

martes, 2 de febrero de 2010

El deporte es salud

Como ahora dispongo de más tiempo libre del que puedo dilapidar con mi haraganería literaria, he decidido recuperar una vieja costumbre de adolescencia: el deporte.
La vida nocturna y los excesos han llegado a mermar mi masa muscular pero, paradójicamente, han producido un aspecto antiestético en mi estómago. No es que haya tenido nunca la deseada tableta de chocolate, ya que siempre he sido más de terreno irregular, pero sí que me podía poner camisetas de superhéroes sin que las piernas de estos ofreciesen un aspecto de relieve.
Bueno, he de reconocer que esta sana iniciativa no responde solo a la ociosidad de mis musas sino que, como ahora la vida emo-sexual (que no homo) parece haberse apiadado de mí, pues a uno le surge la tontería esa de mejorar su aspecto para hacer feliz a una segunda persona. Algo así como actúan los jefes cuando lucen para el resto sus trajes de Armani.
Lo primero que hice tras tomar la determinación fue descartar los deportes de equipo, pues mis principios no me permiten intercambiar sudor ni otras emanaciones corporales con individuos de la misma especie fuera del sexo. Lo segundo, gastarme una cantidad dolorosa de euros en un chándal ajustado, una camiseta sin mangas para lucir tatuaje, unas deportivas supercompletas, cuya vida de la suela va a sobrepasar de manera la mía, un Ipod, kit de guantes y bufanda, y unas gafas de sol estilizadas. Reconozco que, a priori, puede resultar un poco ostentoso pero no se trata más que de una inversión. ¡Y la motivación es muy importante! Así que, como me conozco, sé que si salgo a correr con el bañador de listones laterales, las Chuck Taylor y la camiseta de J&B, el sentido de la estética va a romper la concentración requerida para generar zancadas sobre el asfalto.
Total, que ayer salí a correr por mi barrio por vez primera tras 20 años de inactividad. ¡Y la cosa fue mucho mejor de lo que esperaba! Todavía estoy en forma y eso me reconforta como hombre, como humano y como reinserto social. ¡Tres minutos de carrera continua! Ah, y además a un ritmo casi frenético; o al menos así le pareció a mi corazón y a mis pulmones. Tras ello, un merecido descanso en el bar de al lado de casa, realizando triplete de quintos por el rollo de la deshidratación.
Ahora que lo he cogido con ganas no pienso dejarlo más que los días de Champions, los que no tenga otra cita más importante, los que sean demasiado fríos, los que sean demasiado cálidos, los que no oscurezca demasiado pronto, los que no haya demasiados vecinos por la calle que puedan verme sudar, ni las tardes que llegue cansado. Hoy estoy motivado, y ya tengo ganas de volver a lanzarme a la calle emulando al mejor recuerdo de Ben Johnson. Y si ayer fueron tres, seguro que hoy serán cinco. A los quintos me refiero.