miércoles, 13 de enero de 2010

El chino no sabe bailar

Ayer llegué tarde a casa, por eso no escribí en el diario. Bueno, por eso, y por el estado de ebriedad en el que me encontraba. Y como no ocurrió nada destacable que poder comentar, pues explicaré este hecho.
Tras un día gris en la redacción, me fui a un bar musical del centro de la ciudad. Lo de bar musical quizá sea excederme en generosidad... pues en realidad se trata de un antro heavy. Sea lo que sea, me dirigí hacia allí con la intención de tomarme una cerveza antes de regresar a casa y trabajar en la novela. Tras la barra encontré a una chica bastante mona, bastante tatuada y bastante joven para mí... Reconozco que las hormonas se me dispararon al momento así que intenté forzar mi mejor sonrisa y abordarla con temas de conversación que creía le podrían interesar.
Mientras ella escuchaba mi teoría de porqué la literatura gótica se está revalorizando en esta última decada, aparecieron cuatro tipos con trajes caros y algunas copas de más. Se veía a leguas que habían dado con el sitio por casualidad, y que se encontraban más perdidos que yo en un circuito de Fórmula 1. La estampa sonaba a cena de empresa, o celebración de un trato recién cerrado o cualquier otra chorrada relacionada con el ámbito laboral; pues lo que quedaba claro con un simple mirar de reojo, es que a aquellos tipos no les unía ninguna relación más que el trabajo. Uno de ellos era oriental, por cierto; chino, supongo. La cuestión es que, el más veterano, y el que más pinta de crápula tenía, se convirtió en el abanderado del improvisado pelotón. Tras pedir las copas (porque esta gente siempre pide copas), comenzó a abordar a la camarera con insinuaciones, pretendidamente, sensuales y comentarios bochornosos. Y ella estoica, aguantando el temporal. En un momento me sentí indignado, y afloraron en mí unos sentimientos caballerescos que desconocía hasta la fecha. ¡Me alarmé!, por supuesto... pero estos se acabaron disipando cuando comprendí que podría sacar provecho de la situación. Seguro que, si estos tipos continuaban agobiándola así, yo le parecería el tipo más interesante del mundo... almenos en aquel momento. El momento de órdago vino cuando el más veterano, el crápula le preguntó a la camarera: "¿Bailas? Si me dices que no tendré que bailar con el chino, y el chino no sabe bailar". El chino no se estaba enterando de la misa la mitad; su cara delataba su escaso conocimiento del castellano, pero almenos se reía. La chica, por su parte, dijo que no; y los tipos continuaron bebiendo y comenzaron a bailar. ¡Menudos imbéciles!, pensé. Y sonriendo me concentré en continuar mi conversación con la muchacha, así que le hice un gesto con la mano, ella se acercó y yo retomé mi conversación donde creí haberla dejado.
En esas estábamos cuando apareció otro tipo, más joven y más guapo que yo. Tras situarse a mi lado, guiñó el ojo a la chica y lanzó su mano sobre la de esta, la cual se encontraba apoyada en la barra. Ante tal descaro solo acerté a pronunciar: "¿Pero qué crees que estás haciendo?". Él me miró con cierto aire de desprecio y contestó: "Poco te importa a ti lo que yo haga con mi novia". Claro, eso fue lo que dijo antes de exclamar mirando a la chica: "¡Menudo imbécil!".
Reconozco que la velada no estuvo tan mal. Al final, resulta que los cuatro ejecutivos no eran tan mal tíos; así que acabé invitándoles a beber y no dejamos de bailar y cantar toda la noche. Bueno, almenos hasta que nos echaron del local por molestar. Lo último que recuerdo fue un enorme abrazo al chino antes de despedirnos. De lo que no me acuerdo tanto es de como logré llegar a mi piso... ni de donde aparqué el coche.

2 comentarios:

  1. Coincido contigo en lo de la novela Gotica...

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  2. Motorizzatto Stampatto14 de enero de 2010, 10:19

    Bien, mejor, Maese Pluscuaimperfecto. Me gusta ese final. Casi puedo verle en la escena...

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