domingo, 26 de septiembre de 2010

Cena Solidaria

Hace unas noches me invitaron a una cena solidaria. Algo relacionado con una asociación que recauda fondos para ayudar en la educación de los niños de Sri Lanka. Yo nunca he sido altruista, ni solidario, ni siquiera me he preocupado en saber donde demonios está Sri Lanka, pero como en susodicha cena iban a leer el cuento de mi amiga Montse, no me quedó más remedio que ir de acompañante. No es que nos acostemos ni nada de eso. Tengo por norma intentar no acostarme con mis amigas. Casi nunca soy capaz de mantener esa norma, pero de principio me la impongo; luego, el tiempo y el alcohol diluyen mis principios en el alambique del pasado.

Total, que fuimos a esa cena. Y yo, que no soy muy dado a estos actos, como acabo de comentar, no imaginaba que una cena solidaria se celebrase en un hotel de 5 estrellas, con comedor privado, vestimenta de etiqueta, y cubierto de 50€, de los cuales solo 10 iban destinados a los pobrecitos niños de Sri Lanka.

Ejercía de anfitriona una cara bonita con piernas largas que decía ser periodista. Nos recibió al entrar y yo esbocé una falsa sonrisa mientras aludía a nuestro colegueo profesional para intentar cruzar unas vagas frases de cortesía. He de reconocer que la chica ni siquiera me miró cuando le alargué la mano y, mucho menos, escuchó mis palabras. Un polvo caro, sin duda, pero que no estaba reservado para mí. Durante la velada descubrí que la tipa también pertenecía al coro que nos amenizó la noche con versiones en gospel de temas de U2, Phil Collins y el coñazo de Oh! Happy Day. La orquesta estaba dirigida por un viejo que se creía guapo y se creía joven, y al cual la periodista de piernas largas parecía dejarle dirigir sus cuerdas vocales así como otras partes de su boca. Y este no es uno de esos comentarios machistas gratuitos que en ocasiones vomito sin pensar, simplemente es que, a veces, el lenguaje corporal es tan evidente que ni los orangutanes en pleno proceso de cortejo y apareamiento darían tantas evidencias visuales a los visitantes del zoo. Esa noche, la visitante era la mujer del director de orquesta, que por no querer ver no levantaba la vista del mantel de tela rosácea.

Por si el precio del cubierto hubiese resultado escaso (como la comida) se había preparado un bingo, y una subasta con fotos de los niños. ¡Coño! Como en los mercados de esclavos romanos... solo que adaptando al arte a costa de la pobreza y a las nuevas tecnologías. Antes de eso, nos tragamos un discurso de 30 minutos de la vocalista-periodista-anfitriona en el cual no hablaba más que de ella y de su reciente libro sobre Sri Lanka. Un país que nunca había visitado pero que conocía muy bien gracias a la Wikipedia y a los libros que había retirado de la biblioteca y devorado en los sofás de diferentes Starbuck's de Barcelona. Entre toda aquella gente de corazón generoso y relojes Breil, encontré una pequeña mosca que parecía haberse enredado en la telaraña de la solidaridad. De ella había sido la idea de la asociación, suyos los viajes a Sri Lanka y las campañas por recaudar dinero para los niños. Pero el resto eran los mecenas: políticos, banqueros, acaudalados empresarios y niños bien que buscaban una excusa para sentirse mejor que los demás por ser tan buenas personas. Arañas con corbatas y bolsos de Armani que envenenaban a la mosca con palabras de aliento y proyectos de futuro.

Y a mí que me entró la risa en el primer plato, se me prolongó en el tercero y se alargó hasta el postre. Allí se me cortó. Casi me atraganto con el chupito de manzana sin alcohol (manda cojones llamar chupito a algo sin alcohol), cuando vi que uno de los chicos políticamente correctos del coro flirteaba con mi amiga en la distancia. Y yo, que por norma no practico sexo con mis amigas, acepté encantado que ella se fuese esa noche con él mientras yo pillaba un taxi para volver a mi casa, la cual se encontraba a 110 kms del hotel de 5 estrellas. Así que, mientras regresaba, tuve tiempo para pensar en lo mala persona que soy, lo poco que me preocupo por los demás y en que quizá no existan tales normas en lo que al sexo se refiere dentro de mi vida. Supongo que algún día aceptaré que no resulto atractivo a mis amigas... y entenderé que eso es una suerte para mí, pues gracias a ello continúan a mi lado. Dita solidaridad.