domingo, 3 de abril de 2011

Poetry in motion

Ayer me dijeron que tenía una voz que invitaba a escuchar. Poética, aseguraron. Sucedió en mitad de una conversación con amigos, conocidos, amigos de mis amigos y conocidos de mis amigos. No recuerdo como derivó hasta allí la conversación pero yo comencé a hablar de Zaragoza, ciudad de evasión para mi espíritu y neuronas. Justificarle a alguien el influjo que tiene esa ciudad sobre mí se ha convertido en un ejercicio de guión aprendido dispuesto a ser vomitado en cualquier ocasión en que se requiera, con las licencias pertinentes a la improvisación; por no aburrirme a mí mismo, vamos. Sé que para la mayoría Zaragoza no es más que la ciudad donde está La Pilarica o, en el mejor de los casos, una ciudad con aire de pueblo donde te podías correr una buena juerga en los tiempos del servicio militar obligatorio. Es por eso que ante la pregunta de “¿pero qué mierda hay en Zaragoza que te atrae tanto?” enmascarada tras una frase del estilo “ostras, ¿y qué tiene Zaragoza para que te guste tanto?”, ya no me tiemblan las piernas buscando una respuesta que no suene ridícula ni entendible por su estructura y contenido. Decir “es irracional” es algo que suele funcionar. Y tras decir eso y soltarles mi guiónyaaprendido se suelen quedar más contentos que unas Pascuas; eso o prefieren callarse al descubrir mi locura. Pero a mí ya me vale.
Pero ayer fue diferente. Nadie, que yo sepa, se había quedado embelesado ante unas palabras mías. Es más, he de reconocer que suelo causar el efecto contrario en la gente. Cuando comienzo a hablar se alzan otras voces más potentes, más estridentes o más interesantes que acaban enmudeciendo mi discurso. En realidad ayer no fue diferente ya que mientras estaba yo enfrascado en pleno recital de mi guiónyaaprendido una voz, de las estridentes en este caso, se alzó a la derecha de mi cabeza vociferando no sé que ostias que no tenía nada que ver con lo que yo estaba explicando. Algo así como si yo hubiese estado hablando de lo mucho que me gusta la cerveza y alguien me hubiese cortado para lanzar un: “sí, es exactamente lo que me pasa a mí. Yo también tengo tres perros que saben hacer la vertical puente”. Por cortesía me callé y dejé que esa voz estridente con tetas comenzase a escupir decibelios mientras intercalaba alguna risa nerviosa de esas que pueden hacer perder la cordura al más justo de los hombres. Por supuesto monopolizó la conversación y, pese a que no recuero el tiempo exacto, para mí resultó una eternidad. Luego calló. Eso, o que en el momento en que frenó su lengua para oxigenar sus pulmones la mente más avispada aprovechó para recuperar la conversación y acallar decibelios, risa y estridencia. Aquella mente avispada fue la que me soltó lo del atractivo de mi manera de expresarme. Esto sí que me pilló desprevenido, a contrapié, sin guión con el que poder defenderme. Piropos no suelo recibir muchos y sobre mi voz menos todavía. Veamos, diario, para que te puedas hacer una idea te diré que mi voz suena tan nasal como la de un cantante country de Nashville con un gripazo de muy Señor mío. Tampoco creo que sea el mejor orador del mundo pues no existe frase que mi boca no decore con insultos gratuitos. Así que imagínate el impacto inesperado que resultó escuchar eso. Gancho de derecha en toda la mandíbula sin capacidad de reacción; protección a la mierda y mi cuerpo tambaleándose patéticamente por encima de la lona. Por suerte la “tetas” pareció darse cuenta de tal desorientación y se solidarizó con mi dignidad tirando la toalla antes de una derrota por K.O. directo. Antes de que yo pudiera emitir replica alguna su voz histriónica volvió a alzarse diciendo: “sí, es cierto que habla muy bien. Me recuerda a mí en mi trabajo, cuando tengo que presentar los albaranes al departamento de administración y bla bla y bla ba”.

Pues eso, que ayer me dijeron que tenía una voz que invitaba a escuchar pero, curiosamente, a mí me dio la sensación de que invitaba a ser interrumpida. Pero no me preocupa, pues para mí eso es lo normal, mi zona de seguridad, y mantenerme dentro de ella me asegura un equilibrio y un sosiego. Por eso, mientras te escribo esta anécdota, brindo con vermú por todas esas personas con voz chirriante y risa incómoda que se preocupan por quienes no sabemos expresarnos; y que demuestran su arrojo solidario cortando nuestras exposiciones verbales con su verborrea insustancial. Estas sí son personas dignas de admiración, de verdad, pues no todo el mundo es capaz de hablar veinte minutos seguidos sin tener nada que decir.

1 comentario:

  1. Sí, a mí también me lo dicen.
    Y es que yo también tengo discursos aprendidos con según que preguntas. Y yo tengo una voz un poco fuera de lo común. Y yo también entrego albaranes al departamento!!!!
    (...)
    Creo que hay algo que debería ligar pero no acabo de hacerlo. Es que yo tengo una mente muy dispersa...

    mmm creo que hay algo que

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